Siempre que íbamos a la casa de la abuelita era por un motivo especial, un cumpleaños, una cena o una visita de un familiar del extranjero, por lo cual sabíamos que vendría el momento de sentarse en la mesa, lo cual era una tortura de una hora, pues teníamos que sentarnos derechos, comer con la boca cerrada, coger los cubiertos correctamente, cortar la carne casi que en el aire porque la vajilla era finísima y no se podía rayar y pobre de aquel que despedazara la carne a mordidas o es que acaso en su casa no le han enseñado a comer, no regar ni una sola gota o pedazo en el mantel que parecía una cortina y teníamos que comernos hasta la última migaja del plato de una comida que siempre sabia a lo mismo, aun si eran platos diferentes, pollo, pescado, cerdo, ensalada, arroz, cualquier plato sabia a lo mismo, a aburrimiento a hartera, a regaños, a apariencias, a ese olor particular que siempre tenía la casa de la abuelita (avena, café, cigarrillo) lo único agradable de la comida era la gaseosa pero tristemente no podíamos repetir porque en aquellos años la gaseosa más grande era la de un litro y ese litro tenía que alcanzar para los 50 invitados.
El aburrimiento del llegar a esta casa empezaba desde antes de salir de nuestra casa, pues una hora antes empezaba una cantaleta interminable de cómo me tenía que portar estando en la casa de la abuelita, una lista gigantesca de lo que no podía hacer, las recomendaciones que eran obligatorias iban desde como saludar hasta como despedirme, lo cual era ridículo, porque cada una de las veces que visite a mi abuela rompí algo, lo último que recuerdo fue un reloj negro con blanco de plástico del cual me habían advertido más de mil veces y de ser honesto debo decir que ya se había salvado muchas veces, después de quebrarlo vi que lo habían pegado con super bonder y lo rompí por segunda ocasión, esta vez sin opción de repararlo. El regaño no era solo de ida para la casa de la abuelita, de regreso se debía terminar el regaño con el reclamo de todo lo que me habían dicho que no hiciera pero que finalmente hice, pero este regaño era colectivo, pues era la cantaleta de mis papas sumado al “yo le dije pero no hizo caso” de mis hermanos.
Afortunadamente crecí y los daños los sigo haciendo en mi propia casa, rompo mis vasos, daños mis propias materas, cambio el canal las veces que quiero, pongo la música al volumen que me plazca, el computador lo uso para jugar y casi nunca para trabajar, lo único triste es que al parecer mi abuela y mis tías se han apoderado del cuerpo de mi esposa y en un extraño caso de posesión infernal le dicen que hacer, pues es ahora ella quien me dice que le baje el volumen, que no deje los vasos por ahí regados, que voy a dañar el computador, que me coma toda la comida……….. en fin, alguien conoce de algún exorcista que me saque de la casa de mi abuelita o que le haga un trabajito a mi esposa, yo ya la tengo amordazada en una silla...................................... (Lo siento amor, tú sabes que mis escritos nunca son serios) hummmm jueeeeeeputa ahora si me llevo el putas.
Bueno toda esta historia vino a mi memoria gracias a las fotos de David Dubnitskiy un fotógrafo quien tiene un set que inmediatamente y gracias a los brillos, filtros y escenografía me transporto a la casa de mi abuela, con flores, cuadros amarillentos, cortinas, viejas y demás, la única diferencia son las niñas desnudas que muy clásicamente supo ubicar en cada una de las fotos, de entre todos los artistas que he publicado debo decir que este señor es uno de los pocos que muestra más arte que desnudo, con niñas muy bonitas, muy naturales y muy expresivas. Ojala así hubiese sido la casa de mi abuela, con niñas bonitas desnuda posando al lado de cada uno de los adornos viejos, seguro que hoy recordaría la casa de mi abuela con mucho agrado.
David Dubnitskiy
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